Desertificación: un cambio medioambiental frecuentemente olvidado

Matías Koller, Fundación TierraVida

Usualmente, cuando pensamos en cambios medioambientales de las últimas décadas, nos remitimos a las emisiones de CO2, la deforestación, la pérdida de flora y fauna, el descongelamiento de los polos. Sin menospreciar a ninguna de las anteriores, otras problemáticas climáticas afectan a nuestro planeta pero su avance y conocimiento a escala global son menores y más sigilosos, por ejemplo, el fenómeno de la desertificación.

En el marco del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), se promulgó en 1994 la Convención sobre desertificación, la cual sentó una definición mundial para referirse a tal amenaza. Según la misma, la desertificación es la “degradación de las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas resultante de diversos factores, tales como las variaciones climáticas y las actividades humanas”. Además, en el marco de esta Convención, se estipulan respuestas y alternativas para luchar contra la desertificación, en pos de lograr un aprovechamiento integral de las zonas afectadas mediante la prevención de la degradación y la recuperación de las tierras parcial o totalmente degradadas.

Un concepto que normalmente se usa prácticamente como sinónimo de “desierto” o en este caso, desertificación es el de “sequía”; sin embargo, sus significados no son similares. La sequía es el fenómeno, producido naturalmente, por el cual las lluvias han sido considerablemente inferiores a los niveles normales registrados, causando un agudo desequilibrio hídrico que perjudica los sistemas de producción de recursos de tierras. Por lo tanto, la desertificación puede ser provocada por una sequía pero no es el único factor para que esto se dé. En las últimas décadas, la principal causa de este fenómeno ha sido la erosión del suelo causada por la actividad humana, no por la naturaleza.

En sintonía con esto último, hay que desmitificar otra cuestión: la desertificación no significa que el suelo sea árido e inhabitable como un desierto; sino que hay diferentes grados de degradación del suelo. Con una reducción del 10 al 25% de la capacidad de producción agrícola de la tierra ya estaríamos en presencia de este fenómeno, y esto se puede dar en cualquier región del mundo, con cualquier tipo de suelo. La llanura pampeana argentina, por poner un ejemplo, una de las regiones más fértiles del mundo, producto de la excesiva siembra de monocultivos, la falta de descanso entre siembra y siembra, entre otros factores, puede sufrir desertificación.

El impacto ambiental que esto genera se traslada a la población humana, generando notorias consecuencias negativas. La erosión del suelo, particularmente en aquellos lugares del mundo donde la mayor parte de la población vive de la agricultura, trae aparejada una disminución de la producción, aumentando la pobreza y la desocupación. No hay que olvidar que aproximadamente un 50% de la población del mundo vive en áreas rurales, principalmente de países emergentes o subdesarrollados, los cuales no tienen mecanismos económicos para afrontar estos cambios en sus condiciones de producción y generando una escasez alimenticia y migraciones.

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