COP28: ¿Operativizado el Fondo de Pérdidas y Daños, qué sigue sin estar claro?

Gracias a la contribución de Elisa Calliari del Centro Euro-Mediterráneo sobre el Cambio Climático y Jacopo Bencini de la Red Italiana sobre el Clima, discutiremos los aspectos del fondo que siguen siendo problemáticos incluso después de su operativización.

Por Federica Baldo

Traducido por Tatiana Chaparro

El domingo 10 de diciembre, los expertos Elisa Calliari y Jacopo Bencini participaron como ponentes en un evento titulado “dinero + reglas, operativización del Fondo de Pérdidas y Daños” en la COP y nuestro equipo de la Youth Press Agency estuvo presente.

Más allá de las celebraciones por el acuerdo alcanzado sobre la operativización, es bueno ser consciente de que aún existen algunas sombras y puntos poco claros con los que nos enfrentaremos inevitablemente una vez que comiencen las negociaciones. Como Elisa relató claramente, hay dos aspectos en el texto final adoptado por las Partes que siguen siendo vagos y oscuros: el concepto de ‘vulnerabilidad‘ y el problema de la cuantificación.

Comenzando en orden, se suponía que el fondo estaría disponible para los llamados países particularmente vulnerables, según lo establecido en la versión final del texto. Pero, ¿dónde radica el problema? La pregunta es complicada, ya que no se ha acordado ninguna definición inequívoca y comúnmente aceptada de ‘vulnerabilidad’ y, por lo tanto, no se ha elaborado ninguna lista de naciones que realmente puedan acceder al fondo. En este momento, el término se interpreta de manera muy laxa y seguirá siendo así hasta que se alcance un acuerdo sobre su especificación o se establezca un índice que discrimine entre lo que se puede considerar vulnerable y lo que no.

Aparte de todo, el problema de la evaluación de la vulnerabilidad es un problema político, no científico. ¿Qué quiero decir con esto? Significa que esta evaluación no se puede hacer a través de parámetros científicos de manera completa y exhaustiva. Definir lo que cae en la categoría de ‘particularmente vulnerable’ es una elección que la política debe hacer y que no puede delegar, como a menudo hace, en la ciencia.

El segundo aspecto espinoso y no menos importante es el de la cuantificación. ¿Cómo se puede identificar con precisión la cantidad correcta de dinero necesaria para hacer frente a las pérdidas y daños sufridos por las naciones? Esto ciertamente no es una tarea fácil. Con respecto a la operativización del fondo tal como se ha adoptado, es útil preguntarse si las sumas de dinero anunciadas hasta ahora por las naciones del Norte Global son razonables y suficientes en términos de producir resultados reales en la adaptación al cambio climático de las naciones más pobres.

¿Podrá este fondo funcionar más allá de estos aspectos más problemáticos? ¿Cuál es el futuro del Fondo de Pérdidas y Daños? ¿Terminará siendo un fracaso o encontrará una manera de superar estos obstáculos y convertirse en un instrumento funcional y exitoso?

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