Agricultura y ganadería en tiempos de Coronavirus
Por Sanitago Campeni (Argentina)
La agricultura, ganadería y la modificación del uso del suelo son la segunda fuente de emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEIs) responsables del cambio climático. Sin embargo, este es solo uno de los impactos negativos que genera en el ambiente esta actividad.
Otros efectos perjudiciales son, por un lado, los agrotóxicos que no solo afectan a las poblaciones que viven cerca de los campos, sino también a quienes ingerimos los alimentos producidos mediante este modelo. Por otro lado, la técnica de monocultivo está en manos de unos pocos productores impidiendo la variabilidad de alimentos y suplantan al consumo de productos locales. A su vez, al concentrarse la riqueza en unos pocos, se produce la expulsión de los pequeños y medianos productores de un sistema que los impulsa a invertir constantemente en costosas tecnologías, dejándolos fuera y haciendo que se trasladen a las periferias de las ciudades en barrios carenciados . Como si lo anterior no fuera poco, el desmonte destruye los ecosistemas y deja sin hogar a los animales y comunidades que viven en ellos.
En este artículo, de los múltiples efectos negativos, nos encargaremos particularmente de este último: los desmontes para extender la frontera agrícola y sus efectos en los ecosistemas y las comunidades.
Como ejemplo tomaremos las provincias del norte argentino.
Para contextualizar, Argentina cuenta con una Ley de Bosques reglamentada desde el 2009 que busca proteger sus bosques nativos subdividiendolos en tres tipos de zonas.
Roja: para sectores de muy alto valor de conservación que no deben desmontarse ni utilizarse para la extracción de madera y que deben mantenerse como bosque para siempre. Incluye las reservas naturales y sus áreas circundantes, que tengan valores biológicos sobresalientes, y/o sitios que protejan cuencas hídricas de importancia (nacientes de ríos y arroyos).
Amarillo: para sectores de alto o medio valor de conservación, que pueden estar degradados pero que, si se los restaura, pueden tener un alto valor de conservación. Estas áreas no pueden desmontarse, pero podrán ser sometidas a los siguientes usos: aprovechamiento sostenible, turismo, recolección e investigación científica.
Verdes: para territorios de bajo valor de conservación que pueden transformarse parcialmente o en su totalidad, con la previa realización de una Evaluación de Impacto Ambiental.
En resumen solo se permite la actividad forestal en las zonas verdes, sin embargo, esta ley es constantemente avasallada.
Tan solo en el periodo comprendido entre el 15 y el 31 de marzo de 2020 se desmontaron 2172 hectáreas, según imágenes satelitales tomadas por Greenpeace Argentina en las provincias de Salta, Santiago del Estero, Formosa y Chaco. Si en plena cuarentena nacional obligatoria por la pandemia del COVID 19 las topadoras siguen avanzando a un ritmo de 128 hectáreas diarias, ¿qué queda por esperar cuando las condiciones vuelvan a la normalidad?
Estos desmontes, son en conveniencia de los gobernadores provinciales que miran al costado, o que descaradamente presentan planes para aumentar la producción bovina en estas provincias que son arrasadas justamente para el cultivo del alimento de las cabezas de ganado. Por ejemplo, el gobernador actual de Chaco, lanzó el plan ganadero 2020-2030, mismo periodo que tiene la Argentina con los demás países para reducir sus emisiones, el cual planea aumentar la producción industrializada de la ganadería.
Otro caso que cabe destacar, es lo sucedido en 2018 en la provincia de Salta, donde el gobernador de ese momento autorizó desmontes en territorio que eran protegidos por la Ley de Bosques, pero el ministro de ambiente nacional Sergio Bergman ordenó el freno del avance de los desmontes y ordenó que se debía reforestar lo talado.
Otro efecto que genera la devastación de los bosques nativos es la destrucción de ecosistemas que son claves en el desarrollo de la biodiversidad. Estos bosques son hogar de cientos de especies nativas como el yaguareté, que lentamente está siendo reintroducido en territorio salvaje, y que en 2019 logró el estatus de protección en toda América en la COP14 sobre biodiversidad. Además estos bosques son fundamentales por los servicios ecosistémicos que nos brindan, tales como fuentes de alimentos, medicinas, absorción de agua de lluvia, fuente de captación de carbono, entre otros. Estos hábitats no solo son hogar de animales y vegetación, también en ellos viven comunidades indígenas que, ante el avance de la frontera agrícola se ven obligadas a abandonar el monte y desplazarse a las periferias de las ciudades en asentamientos precarios.
Para las provincias del norte argentino se plantea el desafío de generar un desarrollo económico sin subirse a la ola de la soja. Algunas opciones son el desarrollo del turismo, en el caso de Chaco que cuenta con el Parque Nacional El Impenetrable que puede ser visitado para conocer el bosque chaqueño. En el caso de Salta, esta provincia tiene diversos destinos que pueden ser visitados, tales como su capital, Cafayate y Cachi entre otros. En esta provincia, otra fuente de ingreso puede ser su gastronomía característica y la producción de vinos gracias a las ricas tierras del altiplano. Estas provincias además tienen un gran potencial en materia de energía solar, debido a la alta radiación que reciben anualmente.
Pero, sin duda, el efecto del que se habla actualmente es del aumento del riesgo de que las enfermedades que antes quedaban aisladas en los animales que vivían en esos hábitats, pasen a los humanos.
Según datos del programa de la ONU para el medio ambiente (PNUMA) en su informe “Fronteras” del 2016, el 60% de las enfermedades en humanos provienen de animales. Entre los factores que aumentan las zoonosis se encuentran, la agricultura y ganadería intensivas, la deforestación y el cambio de uso en el suelo, entre otros. El mismo informe dice que las últimas epidemias de SARS, MERS, gripe aviar, Ébola, y VIH, fueron transmitidas de animales hacia humanos. Sin ir más lejos, la actual pandemia de COVID 19 se cree que se generó en un mercado de animales salvajes en China.
Otro estudio realizado en el Amazonas, demuestra que un aumento del 4% en la deforestación, aumenta en un 50% el índice de malaria en estas zonas debido a que los mosquitos prosperan en la combinación que se genera de luz solar y agua estancada en las áreas recientemente desmontadas. Lo mismo sucede con los mosquitos responsables del dengue, zika y chikungunya. En el caso del dengue el año pasado, solo en Paraguay afectó a 80% de la población, incluido el presidente. Estas enfermedades también se ven aumentadas por la acción del cambio climático, ya que aumenta la zona de transmisión.
Actualmente en Argentina además de estos desmontes, los ecosistemas se están viendo amenazados por el avance de distintos focos de incendios, iniciados de manera intencional por el sector agrícola ganadero e inmobiliario, en bosques y humedales. El caso más resonante ha sido el del Delta del Paraná donde el humo ha llegado incluso a la ciudad de Buenos Aires, capital del país. Sin embargo este es solo uno de los múltiples incendios, por eso gracias a la presión de múltiples organización ambientalistas y a la presión social, se está tratando una ley de humedales en el congreso de la Nación, la cual ya cuenta con media sanción.
Otro suceso que ha desatado polémica en este contexto de pandemia, relacionado con la ganadería y el Coronavirus, es la intención desde cancillería de firmar un acuerdo con China para aumentar la producción porcina para el consumo del país asiatico. China ha tenido que matar a gran cantidad de sus cerdos debido a una epidemia de gripe porcina africana, enfermedad que según la Organización Mundial de la Salud (OMS) tiene un potencial de volverse una pandemia en humanos. Este acuerdo se quiere realizar sin consultar siquiera al Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible ni al de Salud, a pesar de los riesgos y los efectos que podría tener esta actividad de manera intensiva.
Esta pandemia debe plantear un cambio a futuro de nuestra relación con los ecosistemas, ya que la destrucción de estos, con la deforestación como ejemplo, no sólo genera daños en el ambiente sino que también nos expone a patógenos y aumenta la probabilidad de que se transmitan de animales a humanos. Es clave que en la recuperación post pandemia se generen tratados y préstamos económicos que tengan como pata principal la conservación y restauración de los ecosistemas.
Para reactivar la economía frenada por el Covid-19, el mundo tiene dos caminos de acción. Seguir con un sistema basado en una economía de hidrocarburos y depredación ambiental, o tomar esta oportunidad para caminar hacia fuentes de energía limpias y que no impliquen la destrucción y la contaminación del ambiente.