Obsolescencia programada en el 2021 ¿por qué las cosas duran cada vez menos?

Por: Belén López Mensaque(Argentina)

Los residuos electrónicos son uno de los desechos con más crecimiento del mundo. Se calcula que para 2025 se van a generar 53.9 millones de toneladas de estos desechos por año, lo que equivale al peso de 145 edificios como el Empire State. Así lo afirmó el Buró Internacional de Reciclaje. Los aparatos eléctricos y electrónicos están hechos con cientos de materiales, muchos de ellos tóxicos, y cuando se desechan pueden contaminar el medio ambiente y afectar la salud de las personas, asegura Greenpeace. ¿Por qué se descartan tantos aparatos? ¿Cómo se hace para cambiar esa situación y las consecuencias que genera? La respuesta puede estar en lo que se conoce como obsolescencia programada, y en las organizaciones que están trabajando para combatirla.

Productos que están diseñados para dejar de funcionar después de cierto tiempo, y no se trata de una falla inevitable, sino de algo provocado intencionalmente por los fabricantes. Eso es la obsolescencia programada. El documental español Comprar, Tirar, Comprar, aporta pruebas documentales sobre cómo surgió esta obsolescencia en el siglo XX. Según afirma la investigación del filme, fueron los fabricantes de bombillas de luz quienes la “inventaron” para reducir a propósito la vida útil de los focos de luz. Las bombillas pasaron de durar 2500 horas, a solo 1000 horas. Un breve resumen de lo que plantea el documental puede verse en este video publicado por El País.

“También sucede que te comprás un electrodoméstico, se te rompe algo y te sale más barato comprar uno nuevo que repararlo. Eso también es obsolescencia programada”, afirma Belén Macchi de Fundación Equidad. Esta organización recicla computadoras en desuso y las dona a personas que no pueden acceder a una. 

Otro aspecto de esta problemática es el hecho de que hace unos años muchos aparatos electrónicos podían ser desarmados y reparados más fácilmente que en la actualidad, subraya Hipólito Giménez Blanco, consultor en e-commerce y tecnología. El ejemplo más tangible es el de los smartphones, años atrás si la batería fallaba, el mismo usuario podía adquirir una y reemplazarla. Hoy la mayoría de los celulares no pueden ser abiertos y menos reparados por un usuario común.

Un caso reciente: Apple pagará 3,4 millones de dólares a consumidores chilenos por obsolescencia programada.

En abril de este año, el gigante tecnológico acordó compensar a al menos 150 mil usuarios chilenos que denunciaron a la empresa por obsolescencia programada en algunos modelos de su icónico Iphone. Se presentó una demanda colectiva que señaló que los smartphones comenzaban a funcionar más lento después de ciertas actualizaciones de software. En 2017 Apple ya había admitido que ralentizaba los dispositivos a medida que las baterías se volvían viejas y disminuían su rendimiento, con el objetivo de consumir menos energía y que el smartphone tuviera batería por más tiempo. Los consumidores, por su parte, señalaban que esto se realizaba para obligarlos a adquirir nuevos equipos.

Este caso tuvo un resultado favorable para los consumidores, pero no siempre es fácil establecer si existió obsolescencia programada o no. “La tecnología se hace cada vez más compleja y a veces es difícil determinar si detrás de una acción de una empresa hay una intención deliberada de acortar la vida útil de un producto o si se trata realmente de un avance tecnológico, que lo deja obsoleto” explican los abogados Agustin Grimaut y Gastón Salort de GS Digital, un estudio que asesora a empresas de base tecnológica.

Si bien se trata del primer caso en Latinoamérica, Apple ya había enfrentado este tipo de demandas en el pasado en Estados Unidos, Francia e Italia. En 2020, la empresa se comprometió a pagar hasta 500 millones de dólares a consumidores de Estados Unidos por obsolescencia programada también en los Iphones.

Uso y descarte de aparatos eléctricos hoy

La pandemia de la COVID-19 aceleró la digitalización en muchos sectores en todo el mundo. Ante las restricciones impuestas por los gobiernos, muchos trabajadores debieron amoldarse al home office y lo mismo le ocurrió a los estudiantes, que tuvieron que habituarse a las clases virtuales, lo que en muchos casos incrementó la compra de computadoras y smartphones. En Argentina, por citar un ejemplo, la venta de ciertas computadoras aumentó hasta en un 400% durante la cuarentena del 2020.

En relación al mayor consumo de estos aparatos, un dato alarmante es que a nivel global solo se recicla el 15% de los residuos electrónicos. Específicamente, en Latinoamérica y el Caribe ocurre que en general el sector del reciclaje no está desarrollado completamente por los gobiernos. Y se estima que en la región se generan 7 kilogramos de basura electrónica per cápita por año, superando a la media global de 6 kilogramos, según afirma un informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), GSMA (una organización de operadores de telefonía móvil de todo el mundo) y South Pole. 

Cómo contaminan los aparatos descartados

“Los aparatos eléctricos y electrónicos son una mezcla compleja de cientos de materiales (un celular tiene entre 500 y 1.000 componentes diferentes), contienen metales pesados como plomo, mercurio y cadmio, químicos peligrosos y PVC (policloruro de vinilo), un tipo de plástico muy tóxico” afirma Greenpeace. Si estos residuos terminan en rellenos sanitarios o basurales, comienzan a descomponerse generando líquidos y gases contaminantes para el ambiente y la salud humana, sostienen desde la organización. Además, esos líquidos pueden terminar en los cursos de agua llegando a contaminar el ambiente en general. 

Composición simplificada de un celular. Fuente: GSMA.

Soluciones: cómo superar la obsolescencia programada

El reciclaje puede ser una de las formas de reducir los residuos electrónicos, pero no resuelve el problema de fondo. Como sostiene Belén Macchi, “la obsolescencia programada ya sucede y va a seguir sucediendo, lo que podemos exigir es que las cosas se fabriquen con materiales que se puedan reciclar”. Además, en muchos casos los costos de recolección y separación para el proceso de reciclaje, son más grandes que los ingresos que se pueden obtener de los materiales recuperados, afirma el citado informe del BID.

Otras soluciones se intentaron llevar a cabo desde las mismas empresas de tecnología, pero no tuvieron éxito. “Hubo distintas propuestas a nivel global para hacer cosas con componentes desarmables y nunca prosperaron, por falta de apoyo, o porque no lograron resultados, o porque evidentemente no es negocio” explica Giménez Blanco. Uno de estos fue “Ara”, el plan que tenía Google para fabricar celulares modulares, con piezas intercambiables, para que el usuario pudiera agregar funciones a su móvil y renovar las partes que dejaran de funcionar. Esto hubiera permitido extender la vida útil de los celulares, pero en 2016 Google anunció que no iba a continuar con el proyecto.

Por otro lado, algunos países ya cuentan con legislación específica sobre el tema. Desde 2016 existe en Chile la ley para la gestión de residuos, responsabilidad extendida del productor y fomento del reciclaje, que tiene como objetivo, entre otras cosas, que los productores se hagan cargo de recolectar y reciclar los materiales que estén asociados a los bienes de consumo que fabrican y venden. Aunque una ley de este tipo es un gran avance, especialistas señalan que puede ser difícil de aplicar en la región. “Yo creo que en Latinoamérica lo que pasa es que lo urgente no nos permite ocuparnos de lo importante. Las empresas todavía no saben cómo van hacer para pagar los impuestos, y les estamos pidiendo que regulen y controlen el circuito desde que compran la materia prima hasta el residuo que se genera”, sostiene Agustín Grimaut.

Por otra parte, si bien regulaciones de este tipo pueden ser positivas desde el punto de vista ambiental, también pueden generar otros efectos negativos en las economías nacionales. “Me permito desconfiar del verdadero alcance que pueda llegar a tener la legislación, es raro que una industria se haya cambiado por una ley” afirma Gastón Salort. “Lo único que van a lograr (con leyes como la de Chile) es que a la semana estén vaciando las empresas y se estén mudando a África, China o un país de Latam que no tenga esas regulaciones” agrega. Por su parte, Grimaut agrega que si no existe un consenso al menos de las grandes empresas tecnológicas que marcan la tendencia (Apple, Samsung, Xiaomi), es muy difícil poder tomar medidas efectivas contra la obsolescencia programada.

¿Y el rol de los consumidores?

“Una ciudadanía consciente que exige a las empresas que tengan prácticas más sostenibles con el desarrollo de productos puede cambiar el panorama de obsolescencia programada de las grandes empresas” afirma Jessica Giménez, Directora en México de Asesoría en Sostenibilidad de la auditora de empresas KPMG.

En la actualidad, las nuevas formas de comunicación ayudan a que los consumidores puedan conectarse entre sí para presentar demandas colectivas, algo que era impensado años atrás. Así ocurrió en el citado caso de Chile, donde 150 mil usuarios se unieron para la demanda colectiva contra Apple. “La tecnología trae aparejados muchos problemas, pero también trae la solución para los reclamos. Porque hace que en las acciones colectivas,  los reclamos se hagan escuchar mucho más, porque son mucho más grandes, y son mucho más grandes porque la comunicación es mucho más fácil” señala Grimaut. Y concluye en que es probable que un solo caso de una demanda colectiva no signifique nada para las grandes empresas tecnológicas, pero si comienzan a aparecer varias demandas en diferentes países, para las compañías es cada vez más engorroso sortear la fuerza global de los consumidores.

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *