Carbón, ¿cuánto me cuesta?

Por Giulia De Nadai y Luca Kosowski, Traducción Santiago Aldana Rivera

El 2018 casi acaba y aún el carbón se usa ampliamente en varias áreas de nuestras vidas. ¿Realmente vale la pena? Esto es lo que los investigadores del clima que asisten a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Katowice, Polonia, se preguntan durante estos días. Polonia se encuentra entre los países de la Unión Europea que tiene el mayor porcentaje de uso de este recurso contaminante. Durante el evento paralelo “La descarbonización de la energía y la eliminación del carbón: impulsores financieros, tecnológicos y políticos”, promovido por la Fundación CMCC (Centro Euromediterráneo sobre el Cambio Climático) y moderado por la investigadora Elisa Calliari, la reflexión se centró en 3 palabras clave para la descarbonización: tecnología, política y finanzas.

Aunque el carbón implica pérdidas en términos de costos, pero sobre todo en términos de salud y respeto por el medio ambiente, algunos países aún lo consideran indispensable para ser independientes de las importaciones de energía extranjera. Los costos económicos de la industria de los combustibles fósiles están aumentando en el mundo año tras año. Los datos muestran que, en 2018, el 42% de la capacidad global de carbón o la energía derivada de ella ya no se considera rentable. Además, mantener el 36% de las centrales eléctricas de carbón del mundo es incluso más costoso que construir nuevas centrales eléctricas de energía renovable. En lo que respecta a los costos ecológicos, cada tonelada de carbón quemado corresponde a 2,5 toneladas de CO2 emitidas.

Otro punto a favor de pasar a una economía ecológica es la pérdida de 17 millones de empleos que ya está causando el fracaso de la industria del carbón. Lo que realmente necesita el mundo ahora es la voluntad política y la voluntad económica de utilizar alternativas renovables.

La estrategia económica que se debe seguir para llevar a cabo esta transición es integrar los fondos nacionales con las inversiones del sector privado y los fondos de la Unión Europea. Los bancos jugarían un papel importante para complementar este sistema de inversión, brindando así la posibilidad de asignar grandes cantidades de capital, lo que a su vez reduciría las externalidades negativas resultantes de tal transición. La transición a la llamada economía verde es, por lo tanto, inevitable y no puede posponerse a un futuro demasiado lejano.

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