Imagen: El Tiempo

Urbanismo después del COVID-19, ¿qué viene para Latinoamérica?

Por: Manuel Posada (Colombia)

Este paréntesis en la rutina citadina por cuenta de la pandemia del COVID-19, puede ser una oportunidad de replantear las ciudades latinoamericanas que habitamos, disfrutamos y resistimos. En la “nueva realidad” a la que muchos hacen referencia se debe pensar en diseñar las ciudades de una forma más responsable, sostenible, inclusiva y resiliente. Esto implica un reto para la planeación urbana y de movilidad, de tal forma que las ciudades no sigan siendo parte del problema, sino a cambio, aporten a la solución. 

Como se conoce, América latina es la región emergente más urbanizada del mundo, pero su planeación urbana ha sido acelerada, desorganizada e irresponsable. Actualmente es una de las regiones del mundo más desiguales e inequitativas, y su movilidad urbana, a pesar de los esfuerzos que ha hecho por ser más sostenible, sigue siendo un factor perjudicial para la salud pública. Estos fenómenos en el escenario post pandemia hacen cuestionar la necesidad de cambios profundos para contribuir al control y mitigación de emergencias similares en el futuro. Es así que el urbanismo como herramienta para intervenir en las realidades de las ciudades puede incidir no solamente en cambios físicos, sino también, en mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, desde su función social.

Es por esto que en el debate actual sobre los retos del diseño de las ciudades sostenible se han presentado algunos innovadores planteamientos desde el urbanismo que son importantes reflexionar, en especial para el contexto de las ciudades latinoamericanas

El rol de los espacios verdes durante la pandemia

El primero de ellos tiene que ver el rol de los espacios verdes, en especial los de una extensión considerable, para mitigar la propagación del virus entre barrios o sector de una ciudad. Estos espacios, funcionan como barreras naturales que posibilitan a las autoridades públicas implementar medidas de confinamiento más efectivas y menos traumáticas para la ciudadanía, teniendo en cuenta las cifras de contagio por sectores.

El fundamento de esta propuesta es que las zonas verdes extensas pueden contribuir al distanciamiento social, una medida de cuidado esencial en estos tiempos. Un ejemplo de estos espacios son los parques urbanos de grandes dimensiones o los parques lineales.

Pero, con el contexto actual, ¿qué deberíamos hacer? Teniendo en cuenta la alta densificación urbana de las ciudades de nuestra región, para adaptarnos de alguna manera a esta propuesta, lo primero sería reconfigurar el proceso de planeación urbana para darle prioridad a zonas verdes y también respetar el entorno que no ha sido intervenido. Se podría pensar en ciudades articuladas a través de corredores verdes que se establezcan en ciertos sectores de la ciudad, donde sea posible, integrar la estructura ecológica urbana con los espacios públicos.

En este punto cabe la reflexión sobre su beneficio en la biodiversidad urbana que habita en medio del asfalto y del cemento, que lamentablemente pasamos por alto en medio de la agitada cotidianidad urbana y por la forma arrogante como nos relacionamos con nuestro entorno. Un ejemplo de esto, se pudo observar en varios sectores de diferentes ciudades al iniciar la cuarentena, donde se evidenció la presencia de fauna silvestre poco usual en zonas urbanas que aprovecharon la ausencia de personas y de vehículos para explorar o para reclamar el espacio que se les ha arrebatado. Esto nos lleva a reflexionar sobre el reto de apreciar y cuidar la naturaleza que nos rodea. 

Movilidad y pandemia

La crisis de la pandemia también puede convertirse en un impulso para consolidar la movilidad sostenible que desde hace un tiempo se ha venido promocionando. Influenciada por la desconfianza que ha generado el uso del transporte público masivo por posibles contagios, muchas personas han involucrado en su rutina a la bicicleta como el medio de transporte ideal. Sin embargo, hay otra parte de la ciudadanía que han optado por la movilidad privada, lo que implica un reto más fuerte para la nueva agenda urbana de hacer un uso racional del vehículo particular dentro del diseño urbano.

Las decisiones respecto a la forma como nos movilizamos en la ciudad se deben acompañar de estrategias específicas. No se trata solamente de vender el discurso de usar más la bicicleta u optar por el desplazamiento a pie, hay que generar la infraestructura adecuada como lo es la construcción y mejoramiento de bicicarriles, adecuar parqueaderos públicos y andenes amplios, junto a fortalecer la seguridad de los biciusuarios. Esto no quiere decir que el transporte público masivo pierda importancia, al contrario, es necesario que su diseño se adapte a los nuevos requerimientos de la ciudad bajo enfoques multimodales (articulación entre diferentes modos de transporte).

Tras la pandemia un modelo de ciudad que ha sido ampliamente analizado es el de una “ciudad de 15 minutos”, propuesta de la alcaldesa de París Anne Hidalgo, que consiste básicamente en movernos menos para tener una mejor calidad de vida. Con desplazamientos máximos de 15 minutos a pie o en bicicleta, donde se tenga acceso a las necesidades básicas de los habitantes como es su residencia, trabajo, lugar de estudio, sitios de entretenimiento, entre otros. Este modelo de ciudad, que se está implementado en la capital francesa desde inicios de este año, supone la creación de nuevas centralidades que se trasladan a los barrios. 

La “ciudad de 15 minutos” no solo acorta los desplazamientos, contrario a lo que ha hecho la planificación urbana que se ha venido desarrollando en la mayoría de ciudades del mundo que obligan a sus habitantes a destinar gran parte de su tiempo a recorrer largas distancias o a estar estancados en el tráfico; sino que también es una respuesta al cambio climático al verse reducidas las emisiones de CO2.

Diseño urbano frente al COVID-19

Otro punto que se involucra en el diseño urbano post-pandemia, tiene que ver con la forma de repensar la vivienda del futuro. Los diseños de estos espacios en la nueva estructura urbana deben dar soluciones de manera inteligente y democrática. 

Como se mencionó, la urbanización de América Latina ha sido irresponsable y en el panorama al que nos enfrentamos no es viable ni sensato seguir construyendo una ciudad desigual e insostenible. Es pertinente preguntarnos qué pasará con la vivienda en nuestras ciudades, especialmente con la vivienda en zonas periféricas y en asentamientos informales que presentan un déficit cualitativo en cuanto a servicios básicos como el acceso a agua potable, energía y saneamiento básico. 

Desde el punto de vista arquitectónico también hay que considerar cuál es el espacio mínimo adecuado de una vivienda que proporcione elementos tan sencillos como el acceso de luz natural y de ventilación. Durante el confinamiento, estos elementos fueron decisivos para conservar una salud mental y física estable para muchos de nosotros. Por lo que en escenarios futuros es recomendable que los espacios sean flexibles para ajustarse a diferentes usos y necesidades que conserven nuestra calidad de vida.

Por otro lado, respecto a los materiales de construcción, se plantea un desafío sanitario frente a los virus y bacterias que puedan permanecer en las superficies. Parecería algo exagerado, pero si miramos hacia atrás, no es la primera vez que la arquitectura responde a las enfermedades. Por ejemplo, la arquitectura moderna surgió como consecuencia de la epidemia de tuberculosis en los siglos XIX y XX, donde los materiales y el diseño de las viviendas se adaptaron a las necesidades de higiene y salud pública.

Estos nuevos planteamientos ratifican el papel de herramientas como el urbanismo y la arquitectura como ejes de transformación de las ciudades, los cuales deben reaccionar al reto de no seguir reproduciendo modelos urbanos de marginalización social y espacial. Lo que ha enseñado esta pandemia es que tenemos que apostar por tener ciudades incluyentes que garanticen un proceso de crecimiento urbano seguro y justo.

Parafraseando a Joan Subirats, analista de políticas públicas, dice que el virus no es democrático, porque el virus afecta a las personas con peores condiciones de habitabilidad. En consecuencia, sus posibilidades de adaptación están condicionadas a dimensiones socioeconómicas. Y esta crisis ha puesto de manifiesto aún más que la vulnerabilidad de una ciudad radica en su profunda desigualdad.

Estos procesos que he mencionado deben contar no sólo con la intervención de expertos y las personas encargadas de dirigir nuestras ciudades, sino que se deben generar espacios de participación y apropiación con la ciudadanía, que ella aporte al diálogo partiendo de una actitud de corresponsabilidad que reconoce que hace parte del territorio, así, se construirán positivamente las ciudades que queremos. 

El modelo de ciudad después del COVID-19, debe responder a las nuevas necesidades y requerimientos de las personas que las habitamos. Se trata de la búsqueda de una planificación urbana que responda a las diferentes problemáticas sociales, políticas, económicas, ambientales y culturales para hacer ciudades más seguras, habitables y resilientes.

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