La “Nueva Normalidad”: Género y economía en tiempos de pandemia.

Ilustración y artículo por: Andrey Rincon Rojas (Colombia)

Hasta hace algunos meses la normalidad parecía centrarse en una vida basada en la producción y el consumo acelerados, dejando de lado aquellas tareas de cuidado que pensábamos como algo determinado sin razón alguna. Situaciones que alteran dicha realidad, como la crisis pandémica han hecho visibles todas las relaciones sociales, jerárquicas y de roles de género que se naturalizan desde el interior de nuestros hogares hasta nuestros imaginarios como sociedad.  Este contexto nos brinda la oportunidad de cuestionar y discutir estas relaciones e incorporar una perspectiva de género en las nuevas estrategias de reactivación económica que, aunque parecen acentuar las lógicas de explotación y consumismo, pueden ser el escenario para plantear estrategias en la búsqueda de igualdad y justicia social.

Antes de la pandemia: la normalidad desigual

Antes de las restricciones de movilidad, el confinamiento y todos los agravantes que genero la pandemia, ya eran evidentes las brechas sociales y de género existentes en Latinoamérica. Las mujeres tenían una inserción laboral aún más precaria que los hombres, dado que una gran parte de ellas laboraban en sectores informales en donde las condiciones básicas de bienestar y de seguridad social estaban ausentes, y aquellas que se encontraban dentro del sector formal, por lo general, devengaban salarios menores en comparación con hombres en los mismos cargos.

Por otro lado, en los entornos domésticos las tareas de cuidado en su mayoría, son asumidas por mujeres haciendo que la sobrecarga laboral sea más evidente, en este caso sin remuneración.  Según un estudio realizado por ONU Mujeres en el 2019 , a  pesar de que las mujeres están siendo más partícipes en varios sectores productivos y se abren campo en espacios antes herméticos,  ellas siguen asumiendo una carga desproporcionada en labores de cuidado, respecto a los  hombres.

La CEPAL ha definido las tareas de cuidado como aquellas que “permiten a las personas alimentarse, educarse, estar sanas y vivir en un hábitat propicio. Abarca, por lo tanto, el cuidado material, que implica un trabajo; el cuidado económico, que implica un costo, y el cuidado psicológico, que implica un vínculo afectivo”. Aun así, persiste como desafío conceptualizar y hacer visible el trabajo doméstico no remunerado para mujeres, pues se siguen presentando obstáculos para su pleno reconocimiento como labores fundamentales en la vida humana y sus implicaciones en el desarrollo social de cualquier comunidad.

Categorías como el sexo o el género son categorías políticas que nos han construido como una sociedad heterosexual y en cuyas relaciones nos construimos como hombres y mujeres. Esto ha derivado en que se naturalicen ciertas obligaciones para cada género: en el caso de las mujeres un mayor trabajo que no es remunerado. Su trabajo en labores de cuidado, así como sus obligaciones como “dadoras de vida” nos permite pensar que la mujer, en tanto persona física, pertenece al hombre como lo indica la teórica feminista Menique Wittig.

Aquellos discursos de diferencias sexuales y roles de género explicados en un intento por describir las relaciones entre hombres y mujeres solo ocultan y minimizan las relaciones de dominación, eliminando las dimensiones políticas que de ellas emergen. Se piensa que antes de cualquier pensamiento, cualquier estructuración u orden social existen sexos que son genética, biológica y hormonalmente diferentes y que estas diferencias tienen consecuencias en las relaciones sociales, como por ejemplo la división “natural” del trabajo en la familia.

Todo esto se ha traducido en que nuestros hogares y a nivel social persista la idea de que las mujeres deben asumir las labores de cuidado en su totalidad, así también se desempeñen en otras labores para el sostenimiento del hogar. Sin embargo, es importante tener en cuenta que no solo hablamos de una división sexual del trabajo, sino que en sociedades tan desiguales como las nuestras, dichas divisiones trascienden a nivel de clase y de raza, teniendo como resultado distintas formas de desigualdad laboral en la esfera pública y privada.

Covid 19 como agravante de desigualdad de género y social

A partir de situaciones socioeconómicas existirán diversos efectos de la pandemia sobre las mujeres. Por un lado, a nivel de empleabilidad, los trabajos mejor adaptados para realizarse de forma remota son aquellos que requieren unas habilidades especiales en el uso de herramientas tecnológicas derivadas de un determinado acceso a la educación e información. Esto conlleva un mayor perjuicio para aquellas mujeres con pocas habilidades y menor formación que pertenecen a los grupos económicos más vulnerables.

La fuerza de trabajo del sector informal se compone en una mayor proporción por mujeres que resultan ser las más afectados por la crisis y a su vez las más desprotegidas por el Estado. Por ejemplo, es evidente la precarización de los trabajos feminizados como trabajadoras del servicio doméstico, venta de productos por catálogo o salones de belleza. En la normalidad dichos oficios carecen de formalización a través de un contrato, seguridad social y los salarios recibidos son precarios. Actualmente las medidas de confinamiento han derivado en la interrupción de estas labores y la desprotección de las mujeres y sus familias dependientes.

Las brechas y desigualdades en la distribución de trabajo doméstico se han acentuado en la pandemia haciendo más evidente la sobrecarga de tareas para las mujeres, como principales responsables del cuidado y la organización del hogar.

La ayuda de abuelos y abuelas (población más vulnerable en la pandemia) o familiares   en el cuidado infantil será más necesaria en los sectores más vulnerables donde las mujeres cuentan con menos opciones para delegar el cuidado de sus hijos mientras trabajan. Adicionalmente la sobrecarga de cuidados en familias con niños pequeños requerirá una mayor dedicación, por ejemplo, en actividades educativas donde parte de la carga que tenían docentes y colegios es asumida por madres de familia como una carga adicional a sus labores de sustento y de cuidado. Todo esto conduce a que la jornada laboral para las mujeres sea más extensa, situación ignorada por las políticas públicas y las estrategias de los gobiernos que piensan los tiempos de trabajo desde una lógica masculina ignorando las sobrecargas ya tenidas por este grupo.

Estos factores nos indican que no solamente las mujeres están siendo más afectadas en oportunidades laborales en comparación con los hombres, sino que además aquellas mujeres pertenecientes a grupos sociales empobrecidos y marginados, con menos habilidades, formación y que pertenecen al mercado informal son las más expuestas a la afectación por la crisis y el completo abandono estatal.

Oportunidades y retos en la post pandemia

Ahora que nuestros gobiernos proyectan una reactivación económica se hace necesario considerar en las decisiones políticas y económicas el papel que tienen las mujeres en la economía, además de contar con su participación plena.  

Un estudio global de 2015 sobre la aplicación de la resolución 1325 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, referente a las contribuciones de niñas y mujeres respecto a la prevención, resolución de conflictos y consolidación de paz, encontró que las comunidades afectadas por conflictos que experimentaron la recuperación económica más rápida y redujeron la pobreza son aquellas que reportan mayor participación  de las mujeres en las decisiones políticas y los proyectos implementados.

Escenarios como la reactivación económica representa una oportunidad para explorar lecciones aprendidas de inclusión de las mujeres en la toma de decisiones, como las observadas en este estudio. Estas experiencias parten de un análisis crítico de la explotación en nombre de las costumbres y tradiciones y que corresponde a un problema mundial para la igualdad de género en todas las esferas de la sociedad.  Se debe tener en cuenta que las decisiones y actividades económicas claves pueden terminar con facilidad reproduciendo las estructuras de poder ya existentes que lejos de acercarnos a una justicia social lo que hacen es acrecentar la desigualdad de género y la dominación.

Si queremos realizar un cambio a nivel social y cultural es necesario entender que las tareas de cuidado se pueden distribuir entre los miembros del hogar independientemente a su género.  Esto nos enfrenta al reconocimiento de las cargas y del trabajo no remunerado a cargo de las mujeres y que son necesarias para el funcionamiento de toda sociedad. Por otro lado, es indispensable cuestionar aquellos discursos que nos han construido como sujetos sexuados y que en el caso de los hombres implica cuestionar nuestros privilegios en escenarios familiares y laborales.

Finalmente, la intervención del Estado como tomador de decisiones implica tener en cuenta todas las imbricaciones surgidas de la división del trabajo que no solo atañe a lo sexual sino también a aspectos sociales y raciales. En este sentido el cuestionamiento no solo se debe limitar a familias nucleares clase media sino entender aquellas problemáticas de mujeres rurales, indígenas, negras, migrantes, trabajadoras sexuales, entre otras, en distintos modelos de familia y las distintas cargas y experiencias de opresión. De no ser así la “nueva normalidad” que nos espera después de la crisis pandémica es la continuación de unos patrones de explotación en donde las mujeres aporten la mayoría del trabajo en la sociedad tanto en la esfera pública como en la privada alejándonos más de la tan anhelada justicia social.

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