Crónica: El dial de la radio universitaria

Por: Laura Milena Santos Suárez (Colombia)

¿Pensarían ustedes que hacer radio es un proceso que fundamentalmente se hace en una cabina, bajo una luz roja o blanca que ilumina todo y te dice ¡Al aire!, ¡on air!, o como sea?, lamento mucho decirles que los mejores programas, los que llenan el alma, no respetan de lugares ni de protocolos. Mi pequeño gran amor, aquel programa que escucho y replico: esa soy yo, lo grabé entre una pared y un pequeño armario de madera con mi teléfono, mientras mis vecinos de cuadra tenían a todo volumen un partido de fútbol del Club América que intercalaban con canciones de Pastor López, en pleno mes de marzo. Yo estaba en Ciudad de México, mi corazón en La Habana y mi frecuencia en Bogotá.

En Bogotá estaban mis amigos de radio: Sergio, Franklin y Leidy, con quienes inicié el proceso de hacer radio universitaria casi instintivamente, pero con un tramo de años ya recorrido por nuestros predecesores generacionales en el colectivo de radio, hoy disuelto, Malas Palabras. Ellos junto con otros amigos antropólogos, organizaron un festivo radial en la emisora de la Nacho[1], con la participación de quien me había abierto las puertas del colectivo, alguien que pensó que yo tenía madera para la radio y a quien le debo muchas horas de felicidad: el profesor de antropología, Carlos Páramo. Mi programa era una declaración de amor abierta y pública a la isla de Cuba, a su música, a su literatura, a su cine (se llamó Soy Cuba, nada más y nada menos), a esta ínsula que cantaba y reía. Fue mi primer programa en solitario, yo hice el guion, yo lo grabé y, en Bogotá, Sergio lo produjo en las cabinas de UNRadio; fue el culminen de aprehender el amor por un lenguaje adquirido detrás de micrófonos, un amor colectivo que forjamos desde los primeros momentos en radio, cuando hacíamos tres guiones por semana y recorríamos la ciudad buscando la musicalización para cada historia de Trabajo sí hay.

“fue el culminen de aprehender el amor por un lenguaje adquirido detrás de micrófonos, un amor colectivo que forjamos desde los primeros momentos en radio…”

De las muchas cosas que hacíamos en aquella época, como jóvenes universitarios que hacen radio universitaria, era ir buscando a pie por toda Bogotá las entrevistas, encontrándolas en espacios a cielo abierto, conmoviéndonos con las historias más inclementes del rebusque urbano e intentado entender el porqué alguien nos quería contar acerca de los veinticuatro balcones de la casa sobre la cual se alzaba su librería. Nos cuestionábamos mucho el lenguaje que usábamos, las frases inentendibles y excesivamente largas con las que escribíamos para la academia, lo acartonados que parecíamos y lo poco cercanos que podíamos llegar a ser, desde el lenguaje, a la gente con la que trabajábamos, compartíamos, muchas veces incluso algunas lagrimas, y que con toda generosidad nos compartían parte de su vida y su trabajo, de la forma en que se los precariza la descarada falta de garantías laborales del país.

En estos años el boom del podcast apenas se veía venir en Colombia, nos cuestionábamos frecuentemente, desde nuestro quehacer como antropólogos, la importancia de la radio como vehículo para comunicar lo que la academia no nos permitía, de llegar a quienes nos interesaba llegar y que estaban lejos de ser nuestros pares académicos. Le dejo el recordatorio, apreciado lector, de que éramos jóvenes estudiantes, con una herramienta en la voz que nos permitía echar cháchara (hablar y hablar) sobre las transformaciones que creíamos urgían en nuestra disciplina y que, para rematar, éramos felices haciéndolo a través de la radio, muy a pesar de nuestros extenuados operadores de master que toleraban estoicamente nuestras caídas cada párrafo.

“…nos cuestionábamos frecuentemente, desde nuestro quehacer como antropólogos, la importancia de la radio como vehículo para comunicar lo que la academia no nos permitía, de llegar a quienes nos interesaba llegar y que estaban lejos de ser nuestros pares académicos.”

Malas Palabras, el colectivo en el cual Leidy, Franklin, Sergio y yo empezamos a dar nuestros primeros pasos en radio, era un colectivo de estudiantes de antropología que llevaba ya un par de años y que requería un relevo de estudiantes en el cual entramos nosotros entre 2015 y 2016. Ya con un colectivo Malas Palabras más diverso generacionalmente, pronto migramos a un proyecto más grande que, como estudiantes en cuyo corazón el hogar se llamaba Universidad Nacional de Colombia, nos llenaba de ilusión. Para el sesquicentenario de la universidad (2017) llevamos a cabo Trayectorias comunes, nuestro primer proyecto financiado; no era mucho dinero para el esfuerzo, la cantidad de manos que requería el proyecto y el tiempo que nos llevó hacerlo, pero estábamos haciendo radio para un medio radial de una universidad pública a la cual el Estado le da un presupuesto irrisorio que la hace andar cojeando y siempre en déficit; lamento decepcionarlos, pero hacer radio nunca fue el qué negocio para nosotros, por lo menos no uno lucrativo.

Además de generarnos un ingreso, Trayectorias comunes era un programa que nos generaba más retos: en Malas Palabras, los de nuestra generación, nos habíamos dedicado a hacer capsulas radiales que eran de una duración de dos a tres minutos, mientras que en este proyecto teníamos un espacio de media hora por capítulo y quién nos iba a decir que tendríamos que perfeccionar toda clase de habilidades, la más importante de ellas: hacer guiones entendibles y unificados para poder trabajar con cualquier operador de máster.

Sabíamos de qué queríamos hablar. De la universidad, eso era obvio, pero de una universidad discutida desde los acontecimientos más profundos, los que de verdad habían marcado el corazón de todos aquellos que además de venir por un cartón habíamos vivido nuestras ilusiones de juventud a través de ella. Hablamos, reímos, tomamos café, entramos a espacios de la universidad que parecen pequeños islotes en la desfinanciación, aprendimos de su archivo -un edificio nuevo detrás de agronomía que nadie conocía, pero que claro, como todos también se inundaba-, volvimos a contactar a muchas de las personas que colaboraron en nuestros micrófonos para los cincuenta años del departamento de antropología de la sede Bogotá, nos dolió recordar, le dimos duro al manejo que habían conllevado ciertas decisiones, como el San Juan de Dios y, para algunos programas, parecíamos un panfleto andante con arengas de marchas y todo. Al final, era la imagen de nuestras preocupaciones, una radiografía de lo que se arremolinaba en nuestras manos y sobre lo que que mucho podíamos reflexionar y proponer, pero ya nada podíamos hacer.

Trayectorias Comunes nos dejó una estandarización de trabajo radial fundamental, sin embargo, quedamos exhaustos y un poco reventados de tanto trabajo y, hay que decirlo, de nuestros propios conflictos para trabajar. Luego de nuestro gran proyecto en honor al sesquicentenario de la Universidad Nacional de Colombia (que no crean, salió como programa radial oficial en los medios escritos de la UN), por lo menos a titulo personal, dejamos de trabajar como colectivo. El último suspiro de Malas Palabras como colectivo fue la asistencia al Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar a finales de 2018, y fuimos felices esa noche.

Pero como se habrán dado cuenta, hasta acá mi experiencia radial y la de mis coetáneos estaba concentrada en esta capital, en esta ciudad de cielos cambiantes y en nuestras propias experiencias como estudiantes, con el lente -o micrófono- fijo en nuestras preocupaciones sobre la antropología, la academia y la universidad. Durante mi estadía en México, en el primer semestre de 2018, se empezó a gestar un proyecto de la mano de algunos miembros de Malas Palabras, algunas personas del departamento de antropología y el profesor Carlos Páramo, en conjunto con los estudiantes PEAMA de la sede de la Universidad Nacional en Tumaco, Nariño; esta es una de las sedes que se conocen como “de frontera” y institucionalmente son llamadas sedes de presencia nacional, emplazada en el municipio de Tumaco que se encuentra ubicado al suroccidente de Colombia, sobre el océano Pacífico y muy cerca de la frontera con Ecuador. Cuando volví, el proyecto estaba más que asentado y no sé muy bien qué papel jugaba yo entre los muchachos del recién formado colectivo radial Afrodisiacos, que empezaban a transmitir en vivo y que nos llevaban por delante en el uso de un lenguaje completamente fluido y espontáneo. Lo que sí sé, es que aprendí algo muy fundamental que no había notado en ninguna de mis experiencias radiofónicas anteriores, y fue a no hablar por nadie, a desaprender todo lo que como citadinos universitarios queríamos escuchar, en este caso, de la gente negra y de sus experiencias como negritudes. Miren lo singular, aprendí a escuchar.

“Miren lo singular, aprendí a escuchar.”

Qué potencial tan impresionante nos estábamos perdiendo, bajo las premisas de muchos puristas que ven en la locución un producto profesionalizado en el que hay que tener una dicción “correcta”, junto con un uso del lenguaje “apropiado”, con unos temas y una agenda “adecuados” para el oyente de una radio universitaria donde la parrilla tiene que ser de corte “académico”; mejor dicho, los muchachos de Afrodisiacos provenientes de la sede Tumaco se encontraron de frente con la Real Academia Española de las Radios Universitarias (RAERU por sus siglas en español).

Pero no crean que fue solamente un asunto que lidiaron, o me atrevería a decir lidiamos, como colectivo mientras se aprobaba el proyecto, que finalmente se llamó: El Corrinche; también vino de la mano de los oyentes, muchas veces académicos, que no querían escuchar lo que la gente negra tenía para decir, sino que querían escuchar la cara académica de la gente negra de la gloriosa y no racista Universidad Nacional de Colombia. Entonces, si en un programa se hablaba de peinados, lo que querían escuchar era sobre cómo se trenzaban mapas de rutas de escape en el cabello de esclavos negros en la colonia y la república temprana; si se hablaba durante el programa acerca de a dónde van ellos a peluquearse en Bogotá, de las prácticas y costos para mantener su cabello y sus peinados, un tema que además tiene gran valor alrededor de su supervivencia en Bogotá, recibíamos comentarios de que habíamos tocado el tema muy pandito ¡hágame el favor!.

Y así fueron muchos programas, en los que se tocaron fibras sensibles y que, a más de uno dentro de la academia, le puso los pelos de punta, porque ¿cómo era posible que le dieran los micrófonos de la radio universitaria a unos chicos que estaban hablando del racismo en las aulas por parte de estudiantes y profesores?. Esto sólo develaba, por lo menos ante mis ojos, lo importante que era hacer un programa como El Corrinche, pero además la relevancia de que no fuéramos nosotros los que lo hiciéramos, sino la gente negra que quería hablar y rajar de toda la experiencia universitaria que los atraviesa; tal vez, de vez en cuando, con nuestra compañía para contrastar vivencias y para explicarnos por qué nuestra comida es horrible, pero no para decirles cómo deben hablar de lo que es ser ellos.

En El Corrinche también incursioné en los programas en vivo y ahora valoro más que nunca la capacidad oral innata que poseen los muchachos y las muchachas de PEAMA provenientes de la sede Tumaco que pertenecen a Afrodisiacos. Y con el placer que me da escucharlos, me cuestiono mucho si los que tenían que aprender a “hablar” para salir al aire en radio eran ellos o los que teníamos que poner los pies en la tierra y abrir los oídos para escuchar lo que nos querían decir, éramos los de la capital y la academia. Ahora disfruto mucho cada vez que esa luz que dice que estamos al aire, esa que en realidad es un bombillito rojo en el centro de la mesa de trabajo, la que nos dice en coordinación con el master y el productor: ya se acaba la gozadera con la canción y van ustedes, se enciende y llega El Corrinche a arrollar y a encender la gozadera.

*las cursivas son de nombres de programas o series.


[1] Nombre designado popularmente a la Universidad Nacional de Colombia, pero que no es posible decir al aire en la radio universitaria dada una tutela interpuesta por alguien a quien esto le escuece en los valores de la academia.

Ilustraciones obtenidas de: Manuexpress y La terapia del arte

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